viernes, 22 de abril de 2011

Sin humos

Meses sin fumar después de décadas de fumar. No hay terapias de ayuda, chupetines de desahogo, parches nicotínicos, acupunturas mágicas, no, nada de nada. Solo la terca decisión de adicto salame que no tenía ya ninguna excusa de la que asirse a su larga atadura de humo.  No quiero exagerar pero la falta de humo pone en evidencia hasta la verguenza personal, inimaginables situaciones en las que el fumador se moviliza inconcientemente tras la dosis que, de alguna manera premia (aparece inmediatamente después de la acción como trofeo) el actuar que elegimos: Al dejar de fumar, por ejemplo, despojé de gran parte de su sentido al cotidiano café de media mañana en el bar de la esquina, sin el cigarro casi no había razón para ese café. Este pensamiento, como dije me pareció exagerado ya que, con el tiempo ese café fue recuperando su importancia propia y como el cigarrillo vino años antes del primer café en un bar, hace muy poco que su sabor se separo del maridaje que prolongué más de cuarenta años. Ahora un café, sabe a café como otros sabores y olores que de a poco recuperan su singularidad. 

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